Por: Gustavo Yamada
Se acaba de presentar un excelente volumen de ensayos producido por el Banco Mundial sobre los retos del próximo gobierno para consolidar nuestro camino al desarrollo. Como bien lo señala su título, estamos en el “umbral de una nueva era”. Podríamos llegar al desarrollo si es que retomamos con fuerza las tareas pendientes en términos de sostenibilidad del crecimiento y estabilidad macroeconómica, calidad de la gestión pública, inversiones en infraestructura física y capital humano, mayores oportunidades e inclusión social.
La presentación que más atención trajo de la audiencia fue la de capital humano porque presentó evidencia muy novedosa y convincente sobre la rentabilidad de la inversión en los 3 primeros años de la infancia. Como los retornos son acumulativos, lo que se haga o deje de hacer en esos primeros mil días impactarán favorable o desfavorablemente en todo el resto de la vida de los peruanos nacidos en esta década.
La metáfora ofrecida por Omar Arias fue muy ilustrativa. Las inversiones en controles prenatales, salud, nutrición, estimulación temprana y educación inicial de calidad determinan si el potencial del niño resulta equivalente a la débil luz que emana un foco de 25 vatios o menos, o, el brillante alumbrado que genera un foco de 100 vatios o más. Es decir, si los niños permanecen en la “penumbra” por el resto de sus vidas o si son capaces de “deslumbrar” con todo su potencial desarrollado. En nuestro país, los efectos acumulativos de una falta de inversión adecuada en la primera infancia no se perciben en niños escuálidos, sino en el enanismo y el insuficiente rendimiento académico y hasta en la baja autoestima y falta de integración social de muchos niños.
Estamos en una transición de gobierno bastante inusual en nuestra historia, con una economía en auge, relativa baja inflación, equilibrio fiscal y externo. Por lo mismo, es hora de asumir grandes retos, como, por ejemplo, garantizar que TODOS los niños y niñas peruanas nacidos a partir del segundo semestre de este año tengan acceso a todas las intervenciones de salud, nutrición y educación inicial de calidad para que desarrollen a cabalidad su potencial genético.
Una escuela básica de calidad los debería recibir con profesores bien preparados, que motiven y faciliten el aprendizaje para toda la vida. Posteriormente, los centros de educación superior técnicos y universitarios los deberían formar en profesiones pertinentes para el mercado laboral. Así podríamos, finalmente, lograr un desarrollo sustentable basado en un capital humano de gran calidad, capaz de innovar en tecnologías y ciencias en las áreas de nuestra mayor ventaja competitiva. ¿Será demasiado soñar? Creemos que no, es momento de tomar en serio la inversión en capital humano a lo largo de toda la vida.