Un artículo sobre el currículo escolar
Luis Guerrero
Educador
Oscar Wilde escribió alguna vez la historia de un imán en cuyo vecindario vivían unas limas de acero. Todo empezó el día en que dos limas se pusieron de acuerdo en visitar al imán, idea que entusiasmó a otras que pasaban por ahí. La noticia viajó rápido y en poco tiempo todas las limas del pueblo quisieron participar de la visita, haciendo planes para acudir el día siguiente. Las conversaciones alrededor de la anhelada visita fueron multiplicándose, convirtiendo el deseo en un impulso colectivo y a tal punto, que habían empezado a acercarse a la casa del imán cada vez más sin darse cuenta. El imán estaba tranquilo y parecía no darse por enterado. De pronto, a una lima le pareció que esperar al día siguiente era demasiado y propuso ir de una vez, impaciencia que contagió a la multitud y la impulsó a acudir donde el imán en el acto. Así lo hicieron y al llegar a su destino, en un instante, todas quedaron pegadas a él. Dice Wilde que entonces el imán sonrió, porque las limas de acero estaban candorosamente convencidas de que su visita era voluntaria.
Es una lástima, pero nuestro actual currículo escolar carece de semejante poder de atracción para los maestros. Con el paso del tiempo y al revés del imán, lo que ha provocado son distanciamientos cada vez mayores que hoy por hoy, para cualquier observador neutral y desapasionado, resultan inocultables. El problema más visible del currículo oficial es que no se usa, se usa poco o se usa mal. El menos visible al ojo del ciudadano común, es que arrastra problemas en su confección que lo convierten en un objeto confuso y exuberante para el docente promedio, induciéndolo en el mejor de los casos a saltearse todas las partes que no logra descifrar o que intuye inaplicables para los alumnos que tiene.
Es verdad que hay maestros que utilizan el currículo y programan sus clases con todas las de la ley, es decir, basándose escrupulosamente en sus contenidos y siguiendo al pie de la letra lo que las normas le indican. Más allá de ellos, sin embargo, hay una legión que no programa clases, pues utiliza como guión predefinido la secuencia de actividades e indicaciones de un texto escolar cualquiera o, simplemente, el mismo plan que aplicó en años anteriores. Este fenómeno es muy antiguo, es ampliamente conocido y ha sido sistemáticamente ignorado por la política educativa para ahorrarse complicaciones, cerrando los ojos a la creciente distancia entre el currículo normado y el currículo realmente aplicado por el docente en las aulas.
El imán que no fue: buscando explicaciones
Hace quince años, cuando tenía vigencia el currículo organizado en asignaturas y orientado a la transmisión de hechos, datos, procedimientos y conceptos, los profesores no tenía dificultades con la enseñanza, pues era obvio para todos que educar consistía en transmitir oralmente conocimientos diversos y en hacer transcribir en el cuaderno textos informativos producidos por otros. Cuando el currículo cambia radicalmente su naturaleza, reorganizándose en base a áreas que integran disciplinas diversas y se reorienta al desarrollo de capacidades en los estudiantes –un viraje necesario en el que se embarcan todos los sistemas educativos del mundo a fines del siglo XX- los profesores empiezan a tener problemas con la enseñanza. Hay un sentido común que se rompe y una larga tradición que se interrumpe. El desconcierto y las resistencias eran previsibles aunque, claro está, no se previeron.
Que no se desarrollan habilidades copiando la pizarra ni escuchando disertaciones, era indudable en principio para los promotores de la reforma. Lo que había que hacer con la información ya no era sólo registrarla y reproducirla, sino analizarla y discutirla e incluso producirla y utilizarla. Entonces, la política educativa decide entregar a los docentes materiales educativos de última generación y capacitarlos en el uso de metodologías activas, en la confianza de que ambos recursos le serían suficientes para modificar por sí mismos sus sistemas de enseñanza. Como todos sabemos a estas alturas de la historia, eso no ocurrió o sucedió en muy escasa medida. Aún ahora, tres lustros después, los maestros en su mayoría siguen enseñando a la antigua, arraigados en la transmisión y reproducción de información como esquema pedagógico básico, matizado a veces con el uso de algunas técnicas activas.
¿Por qué los maestros no lograron dar el giro esperado? ¿En qué parte del camino sus dificultades para engancharse al currículo reformado –que les hicieron ir mudando del desconcierto al desaliento y desde ahí a la regresión- emitieron señales de alarma para la política educativa? ¿Qué respuesta hubo a estas alertas y cuáles fueron las consecuencias? Discutir el problema del currículo escolar peruano fuera del contexto de la trayectoria que ha seguido a lo largo de estos años intentando salirse del papel y convertirse en prácticas, es inútil e improductivo y nos distrae en una querella doctrinaria hueca y sin solución. Si no aprendemos de la experiencia, el debate conceptual será estéril.
Ahora bien, discutirlo fuera de la evolución que han sufrido las grandes transformaciones del escenario nacional y mundial que se desencadenaron o aceleraron desde fines del siglo XX, y que justificaron la reforma curricular aquí y en otras latitudes del mundo, sería igualmente erróneo. Nos haría creer que la educación es un asunto doméstico que debe resolverse dentro de los muros del sistema educativo, no un asunto público, un derecho de todos y una pieza clave en la respuesta a los desafíos del país y de las nuevas generaciones.
En ese sentido, podemos afirmar que el drama del currículo escolar es doble: primero, no logró convertirse en un genuino objeto de atracción para los docentes, quienes demostraron en buena medida que podían vivir sin él; segundo, no pudo rencaminar la educación escolar en la dirección que el país necesitaba, enfatizando a duras penas, de entre todas sus exuberantes demandas, sólo dos aprendizajes.
Currículo escolar: ser o no ser
¿Cómo salir de esta encrucijada? Una manera simple de hacerlo es negando el problema. Basta decir que el currículo está muy bien, que el problema son los maestros, pero que eso está cambiando poco a poco y que mejor miremos para otra parte. La respuesta contraria, bastante más complicada en sus implicancias pero no por eso menos tentadora para muchos, es la de atribuir todo el problema al currículo y cambiarlo todo. Es decir, empezar de cero pero hacerlo mejor esta vez. Entre ambas posturas extremas, sin embargo, caben opciones más razonables.
En primer lugar, si hemos de aprender de la historia, necesitamos transitar de una política que se ha limitado a hacer del currículo un simple objeto de producción y distribución, a otra que asuma la responsabilidad de gestionar su implementación. Esto supone ir más allá de la entrega del documento y la exigencia normativa de su aplicación, empezando a recoger información de manera continua sobre su uso real en las aulas. Supone asimismo mecanismos de respuesta efectiva y oportuna a las dudas, dilemas y necesidades de los docentes, identificadas en base a los datos recogidos.
Estos mecanismos de recojo y respuesta tendrían que tener carácter nacional, pero diseñarse, operarse y gestionarse técnicamente de manera descentralizada, de común acuerdo con los Gobiernos Regionales. Sus resultados van a contribuir a una política curricular que no siga de espaldas a los dilemas cotidianos del maestro en su labor pedagógica, pues lo que se busca es que el currículo tenga viabilidad y que la enseñanza en las aulas se parezca bastante más que ahora a lo que el currículo espera y demanda.
Fuente http://elriodeparmenides.blogspot.com/2012/06/atraccion-vital-i.html